Con los mexicanos Jorge y Olivia prácticamente
improvisamos un seminario paralelo de nuevos medios a medida
que los días pasaban y nuestro paso se familiarizaba
con los rincones de La Habana. El seminario oficial –
o Coloquio – sin embargo, no dejó de ser una
contundente pasarela de nuevas y viejas ideas en torno al
mundo digital que nos convocaba. Debates entre cubanos en
torno a la relación entre arte, ciencia y nuevas tecnologías
fueron parte importante de los primeros momentos; o las tortuosas
definiciones acerca de qué es arte digital y cuál
es el status que le corresponde. ¿Puede ser un virus
informático considerado obra de arte? ¡Cómo
no!, según el colectivo cubano Bulldozers, si lo que hace
es penetrar en tu espacio privado y lograr una “performance”
…
Una mañana veo al entrar
al Salón de los Vitrales (el lugar del evento) una
especie de alga gigante pegada a la muralla. A cierta distancia,
lograba efecto 3D, orgánicamente. El arte digital ha
llegado a tal nivel que ha logrado emular la vida por medio
de un soporte inteligente, pensé. Ese póster
era parte de lo que venía a mostrar el rumano Alex
Dragulescu. Pero me equivocaba. El efecto no era intencional.
Mirada de cerca, aquella alga era la imagen producida por
una serie de algoritmos de juegos de guerra mezclados por
un computador, una especie de montaña de píxeles
y códigos.
En otra ocasión, vemos
un video (arte) que muestra un hombre nadando en el mar, pero
que no avanza. Nada y nada y siempre se queda en el mismo
lugar. La música de fondo, Mozart, y su autor, Alberto
Magrin, un italiano que vestía elegantemente desafiando
los casi 40° de calor. Al explicar su video (que tiene
un truco digital perfecto) nos dice en un italiano casi delirante
que no hay arte comparable al que se hace con las propias
manos. Que la perfección de la Gioconda jamás
será superada por las máquinas.
Y luego llega
mi turno (ver ponencia, Word, 73 K). Mientras hablaba
con un periodista y fotógrafo cubano escucho que anuncian
al chileno que desarrollaba una revista electrónica.
Entro a la sala, me siento en la mesa, ajusto el micrófono,
pruebo el computador y me largo a hablar. Sin una pauta muy
fija, pero con apuntes, le cuento a la audiencia que lo que
venía a mostrar no entraba exactamente en la categoría
de arte digital, pero que sí era una exploración
en un nuevo medio, que estábamos en una época
de ajustes en relación al uso que le dábamos
a los medios digitales, que tenía la pregunta por las
implicancias antropológicas de esta “vida de
pantallas”, que las indagaciones en hipertexto recién
comenzaban, que McLuhan, el net.art, las animaciones …
¿Estoy hablando muy rápido? Sí, me dice
rojo de exigencia el encargado de la traducción simultánea.
“Sorry, chilean accent”, replico. Y la audiencia
ríe. Ya roto el hielo, el resto fue mostrar la revista
y responder intrincadas preguntas. Cuando termino de hablar,
Víctor Casaus, el director del Centro Pablo de la Torriente
Brau, agradece mi presencia y el aporte de una perspectiva
editorial y expresiva en Internet para una posible categoría
de futuros coloquios.
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Llega el turno de los representantes de FILE, el más
importante festival de lenguaje electrónico de Brasil
y quizás de Sudamérica. Ricardo Barreto nos
expone el impacto de las nuevas tecnologías en la imaginación,
la mente humana, la cultura, la creatividad. Alberto Magrin
insiste: la perfección de la Gioconda jamás
será superada por las máquinas.
Y los mexicanos. Jorge Vázquez muestra sus piezas de arte digital. Chorizos de ferias pixelados,
frutas secas y coloridas pasadas por filtros, trazos hechos
“a mouse”, y el énfasis en algo clave:
sus obras son piezas únicas, se hacen sólo una
vez, al igual que una pintura al óleo. Olivia Vidal,
por su lado, pone énfasis en que el arte digital es
una poderosa arma de los países postergados para hacerse
un espacio en la globalización. Hay que ocupar las
redes para potenciar la creatividad y el poder expresivo de
la sociedad civil.
Así fueron formándose
los debates y apareciendo nuevos expositores. Entre castellano,
inglés e italiano lo claro era la permanente búsqueda
de la expresión humana en un nuevo entorno mediático
y tecnológico.
Embriagado de información,
ideas y emociones, y con una imagen poliforme de un nuevo
mundo emergente, ya tenía una historia potente que
contarle a Jorge Villacorta la próxima vez que lo viera.
El VI Salón y Coloquio Internacional de Arte Digital
terminaba dejando más que conclusiones, preguntas abiertas
y redes electrónicas que explotar. Con mi libreta llena
de direcciones de e-mails, la cámara digital copada
y el registro de buenísimos testimonios en mi grabadora,
sólo quedaba mirar la ciudad y disfrutar de La Habana.
Pero el final fue mucho más generoso. Chaliang Merino,
curadora y organizadora del evento invitaba a una cena en
su casa. Junto a un uruguayo que hacía net.art, los
brasileños de FILE y los mexicanos nos subimos a su
LADA y partimos desde el Malecón hasta un barrio residencial
de la ciudad. Esa noche nos despojamos de toda identidad digital
y fuimos simplemente lo que somos: personas con un gran tema
en común, compartiendo un banquete y cervezas de la
isla. Había una guitarra. No tardó la ocasión
para rasguear algunas canciones chilenas. El brasileño
Barreto me acompañaba con la harmónica. Nada
de esto hubiera sido posible por Chat, correo electrónico
o la conexión más rápida de banda ancha.
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